viernes, 2 de septiembre de 2011

Pepitas y cacahuates en bici


Por Jorge Alonso Espíritu

Lanza su grito de guerra: ¡Pepitaaaaas, cacahuateeees! Y pequeños grupos de personas acuden pronto a su llamado. Si organizaran una revolución, él debería ir por delante llamando a la gente. Al menos aquí, en La Margarita, donde es un viejo conocido de niños que apenas hablan, de niños que crecieron, de los que ya tienen hijos, de antiguos jóvenes que hoy cargan a sus nietos para que alcancen a ver los productos de la caja verde que reposa en el portabultos de una bicicleta algo oxidada que delata el paso de los años.

Se llama Marco Antonio, aunque los niños lo conocen como primo. No es un apodo nuevo, tendrá como 10 años que lo comenzaron a llamar así. Antes y aun ahora, la gente que asiste a su grito lo conoce simplemente como “el de las pepitas.”

Su mirada es algo evasiva. Se esconde en la visera de una gorra azul que otros días lo protege del sol y hoy lo protege de la ligera llovizna que cae sobre el oriente de la ciudad. Nunca hubiera imaginado que alguien lo entrevistara. Y sin embargo, pocas personas son tan conocidas aquí.

Su grito es el mismo de siempre y, acaso por la cotidianidad, su voz es idéntica a la de hace años. Pareciera que el tiempo no pasará por ella. Y si embargo si ha pasado por él. 27 años hace que empezó su recorrido.

La Margarita, dice, ha cambiado mucho desde que decidió montar su bici y venir a probar suerte con sus productos. La Unidad no estaba conclusa. Los edificios rojos no estaban construidos. La repartición de viviendas por parte del Infonavit apenas iba terminando y recuerda, las familias de hoy apenas eran noviazgos.

Aunque nunca ha vivido aquí, tiene un sentimiento extraño de pertenencia, por ello le preocupa lo que pase con la Unidad. “Lamentablemente se deterioró mucho. Nadie le dio mantenimiento, se volvió insegura.” Pero presume, a él nunca le ha pasado nada y confía, que nada le pasará. “Pues aquí todos me conocen, saben que no me meto con nadie y me defienden.”

La jornada de trabajo

Es como cualquier trabajo, asegura, pero con sus particularidades. Su día laboral comienza a la 9:30 de la mañana en su casa, cerca de la colonia Covadonga –antiguo lugar de textileras-, cuando con toda la paciencia que el trabajo requiere, comienza a tostar los cacahuates, las pepitas, los garbanzos, las habas y demás productos. Algunos hay que enchilarlos, pero no tanto. No tuesta grandes cantidades, porque solo prepara lo que ese día va a vender. Para que todo esté fresco.

Ese, confiesa, es uno de sus secretos. Y es que en estos tiempos de capitalismo salvaje la competencia es cada día mayor, y en La Margarita al menos una decena de locales ofrecen los mismos productos sin tener que caminar mucho. Además, siempre están las marcas de frituras que venden cacahuates en cualquier tiendita.

Pronto nos cuenta otro de sus secretos. Estar de buen humor. El trabajo es una bendición para él y debido a ello, asegura que cada día es importante. El reportero se da cuenta de ello cuando se acerca una pareja a comprar sus productos. – ¿Por qué no trajo pepitas chicas? –Es que llovió mucho y crecieron de más.

Siempre hay espacio para un chiste. Par bromear con los primos. Que te traten bien hace la diferencia, dicen los que saben de negocios. Él está de acuerdo.

A La Margarita llega con su mercancía a las 4 de la tarde aproximadamente. Ya dividió a la Unidad en tres partes. Toma un día para recorrer una de esas partes, aunque siempre lo hace de forma distinta. Después de 27 años se tiene prohibido aburrirse.

Lo que más consume la gente son los cacahuates. Aunque los gustos son tan variados como variada es la gente. Para él, la gente es lo más valioso de aquí, aunque no tiene palabras para describirla. Los clientes aseguran que lo describirían diciendo que es una buena persona. Parece que nadie lo ha visto enojado… o al menos nadie lo recuerda. Es de suponer, luego de que un grupo de niños avienten el balón cerca de él sin que eso le importe demasiado.
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Todos los días, mientras prepara su producto, va “picando” de todas las cosas. No tiene muy buena memoria, reconoce. No se sabe los nombres de las calles. Ahora, ya no viene en bicicleta desde su casa, su viaje es uno hibrido de bici y auto, un auto viejo pero que todavía arranca y una bicicleta que compró hace 28 años para pasear, eso sí lo recuerda bien.

No tiene problemas de salud y dice, hay que vivir día a día y ser feliz. Eso es todo. Y mientras habla algún niño será feliz por un rato mientras come alguno de sus productos.

No lo hizo durante la entrevista, por pena. Pero apenas se aleja unos metros del reportero y se anima a gritar de nuevo: ¡Pepitaaaas, cacauateeees!!!!